domingo, 16 de enero de 2011

La seducción del silencio

Hay silencios que marcan, que traicionan, que estremecen de terror; pero hay silencios casi sagrados, -a veces en soledad, otras compañía-, que llenan de placer cualquier instante de nocturnidad... 
Sobran las palabras. Arden los sentidos...
"Tomemos a la muchacha del piso de arriba, por ejemplo. ...Solía bajar de tanto en tanto, cuando mi mujer daba un recital, para ocuparse de la niña. Tenía un aire tan simple que al principio no le presté la menor atención. Pero, como todas las demás, también tenía su vagina, una especie de vagina impersonal de la cual estaba inconcientemente candente. Cuanto más a menudo bajaba, tanto más conciente se hacía, a su manera inconciente. Una noche, estando ella en el baño, después de haber permanecido allí durante un tiempo sospechosamente largo, comencé a pensar ciertas cosas.
Decidí espiar por el ojo de la cerradura y comprobar por mí mismo qué era lo que sucedía y, ¡oh sorpresa! la muchacha estaba parada frente al espejo, mirando y acariciando su pequeño gatito. Casi hablándole.
Me excitó tanto que, al principio, no sabía qué hacer. Volví a la habitación grande y apagué las luces, y me tendí en el diván esperando que ella saliera. Mientras estaba tendido allí aún podía ver su sexo peludo y los dedos que parecían tamborilear sobre él. Me abrí el pantalón para que mi miembro se refrescara en la oscuridad. Traté de hipnotizarla desde el diván, o por lo menos traté de hacer que mi miembro la hipnotizara. "Ven aquí, hija de perra", me repetía, "y pon ese sexo sobre mí". Debe de haber recibido el mensaje inmediatamente, porque un instante después abría la puerta y estaba tanteando en la oscuridad para encontrar el diván. No dije una palabra, no hice el menor movimiento. Sólo mantuve mi mente fija en su sexo que se movía silenciosamente en las tinieblas como un cangrejo. Finalmente estuvo de pie al lado del diván. Ella tampoco dijo una palabra. Solamente se quedó allí silenciosa y, cuando yo deslicé mi mano entre sus piernas movió un pie para abrirlas un poco más. No creo que jamás haya tocado un cruce más jugoso en toda mi vida. Era como un engrudo corriendo por sus piernas y si hubiera habido carteles podría pegar una docena o más. Después de algunos momentos, tan naturalmente como una vaca inclina la cabeza para pacer, ella se inclinó y lo tomó en su boca. Le introduje mis cuatro dedos, frotándola hasta sacarle espuma. La boca de ella estaba llena hasta la sofocación y el jugo se derramaba por sus piernas. No dijimos una palabra, como digo. Sólo un par de maníacos trabajando pacíficamente en la oscuridad, como sepultureros. Era una paradisíaca manera de hacer el amor."

HENRY MILLER, Trópico de Capricornio

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