“Percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida... Cuando voy pa’ mi cotorro lo veo desarreglado... Y si vieras la catrera cómo se pone cabrera cuando no nos ve a los dos...”
Las voces lunfardas de nuestro idioma porteño, a orillas del Río de la Plata, tienen cierta mezcla surgida del erotismo y la marginalidad. En la actualidad, usamos algunas de ellas con la naturalidad que el paso de los años ha permitido y constituyen el universo de la lingüística porteña .
Según la Real Academia Española, el lunfardo, es la jerga propia de la gente de mal vivir (ratero, caco, chulo o rufián). La palabra lunfardo significa ladrón.
Algunos autores indican que el verdadero lunfardo es propio del dialecto de los ladrones, sin embargo el transcurrir del tiempo ha extendido su sentido al habla popular de los sectores marginales. Podríamos decir que su significado implica a: a) el habla popular, b) el vocabulario de la inmigración (la italiana sobre todo) y c) el idioma del delito.
Dice Virginia Martínez Verdier, en su artículo “El amor y la sexualidad en el lunfardo”, que “en otros países, el código del mal vivir equivalente a nuestro lunfardo, se denomina germanía en español, narquois en francés, gergo en italiano, rotwelsh en alemán, slang en inglés, giria en portugués, etc. Estas son lenguas utilizadas en fraternidades para que sólo sus miembros las entiendan”.
Para contextualizar históricamente el surgimiento del lunfardo, debemos remitirnos a fines de 1800 y comienzos de 1900, cuando Buenos Aires, recibe una gran cantidad de inmigrantes que se entremezclan aceleradamente con la población local. Quedando por un lado la burguesía tradicional, luego los sectores medios de inmigrantes con ilusión de progreso, y grupos marginales en las orillas de la ciudad (Barracas, la Boca, Palermo, Pompeya y otros).
Estos sectores marginales de las orillas, se fueron armando particularmente de trabajadores solos, sin familia, sin mujer, ni arraigo. En el comienzo fueron troperos criollos que llevaban el ganado a los mataderos, peones de las barracas laneras y frigoríficos, marineros, carreros y cuarteadores.
Rápidamente surgieron los cafés, las pulperías, los salones de baile y los prostíbulos. Integrándose muy lentamente inmigrantes marginales con grupos criollos tradicionales de los barrios populares o suburbios orilleros, esta sociedad marginal elaboró sus propias reglas, ideales y formas de convivencia de las que nacieron estereotipos sociales como el malevo, el guapo, el compadrito, el canfinflero, la percanta, la yira, la milonguita, el ciruja, que se sumaban a los cuenteros, las adivinas, los punguistas. Todos ellos compartiendo el famoso conventillo, en condiciones de promiscuidad y deficiencia habitacional.
Fue a partir de esa convivencia que se creó el lunfardo -como modo particular de habla-, el tango -como canción y baile- y el sainete -como expresión teatral-.
Nacidos en los burdeles y piringundines, el lunfardo y el tango se relacionaron estrechamente con lo prohibido, lo indecente, en cuna de guapos, cafishios y milongueras marcando la sexualidad de aquella época. Con historias de varones traicionados, de cafishios y malevos, de amores imposibles, mujeres buenas y «de las otras», de prostíbulos, de «vicios», de madrecitas santas, el tango fue pintando una acuarela de la primera mitad del siglo pasado; y, con sus letras, fue manteniendo vivo al lunfardo, que dejó de ser un código lingüístico cerrado, para formar parte del porteñismo de diversos sectores sociales.
Imágenes Martiniano Arce - María Amaral
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