lunes, 24 de septiembre de 2012

Placeres ocultos...

—¿Te asusta pensar en perder el control ante una mujer? —Elle desató una de las cuerdas doradas que sujetaban las cortinas de la cama y le dio un tirón para comprobar su resistencia.
Con un resoplido de risa, él dijo:
—No me asusto con tanta facilidad.
—Pruébalo —lo provocó mientras le tomaba la mano derecha y pasaba la cuerda dos veces a su alrededor. Con suavidad, de manera seductora, le dijo—: Recuéstate, chéri.
Lo hizo. La observaba de cerca mientras anudaba la cuerda con firmeza a las columnas de la cama.
—Tendrás que ponerme un condón.
—Ssh —ella abrió de golpe la botella de lubricante y dejó caer unas gotas sobre la longitud de su pene. Gemía de placer mientras ella le cubría el miembro y los testículos con el bálsamo resbaladizo, que lo calentaba de manera deliciosa mientras se lo pasaba. 

(Fragmentos del libro "La casa de los placeres ocultos" de Louisa Burton)
—Ponme un condón. Solo hazlo. Elle se bajó de la cama, cogió la tira de condones de la mesa de noche y la lanzó por la ventana.
—¿Qué demonios…? —tiraba de las cuerdas mientras ella regresaba a la cama—. ¡Slyna! ¡Loca de mierda! ¿Por qué has hecho eso?
¡Äsch! —gritó mientras ella presionaba la punta de su dedo contra su ano, haciendo círculos en la pequeña abertura para aflojarlo—. ¿Vad gör du? ¿Qué haces…?
—Relájate —repitió ella y se abrió paso por el esfínter. Doblaba el dedo hacia su vientre, localizó un bulto parecido a una nuez, lo friccionó hacia ella en un ritmo lento y constante mientras el lubricante calentaba—. Te agradará, lo prometo.
Acabarás mejor de lo que nunca has acabado en tu vida —y de manera mucho más abundante, que era en verdad el punto.
Larsson luchó contra las ataduras, lanzó improperios en inglés y en sueco, hasta que la estimulación fue demasiada como para ignorarla. Dejó caer la cabeza sobre la almohada con un suspiro y algunas palabrotas que murmuraba en sueco; puso los ojos en blanco.
Elle se masturbaba mientras Larsson se excitaba y volvía la cabeza para mirarla con fascinación evidente. Su respiración se iba acelerando. Las caderas se tensaban al ritmo de la fricción en la próstata. Los testículos comenzaron a hincharse.
La piel de su escroto se volvía tirante mientras el saco se elevaba.
El pene se veía como si estuviera esculpido en mármol rosa pulido: duro como una roca y brillante, con una red de delicadas venas azules. El glande se encendía en un profundo rojo violáceo.
Una pre-eyaculación apareció como almíbar por la diminuta raja ensuciándole el vientre: una vista exquisita. Ahora estaba preparado, estaba lleno y a punto de estallar.
—Chúpame —dijo él con voz áspera, sacudía la cabeza en la almohada en un delirio sensual.
—Lo siento, no —dijo ella tan serena como pudo debido a su propia excitación candente—. Pero te follaré si me lo pides con amabilidad.
¡Nej då! No te atrevas.
¡Chúpamela! —gritó él con la voz cortante y temblorosa—. Hazlo. ¡Solo hazlo, maldita perra!
—Viktor, confía en mí… la única manera en la que permitiré que acabes es si te follo, pero primero, tienes que pedírmelo.
¡Sug min kuk! —gritó él, tensando las cuerdas, con el rostro colorado y mirada de loco—. ¡Chúpalo!
Elle dijo tranquila:
—Sé que necesitas acabar, chéri. Solo pídemelo y te…
¡Din satkäring! ¡Sur fjas! —rugió él, la cama temblaba y crujía mientras él se agitaba—: ¡Perra! ¡Puta!
Retiró el dedo del cuerpo de él. Se echó hacia atrás en la cama y dijo:
Podría simplemente dejarte aquí, atado e indefenso con esos pobres testículos tuyos poniéndose más azules por…
¡Nä, no! ¡No! ¡Varsågod! ¡Por favor! —tiraba y temblaba, las venas sobresalían en cada músculo de su cuerpo.
Era una bestia atada que se esforzaba por liberarse.
—¿Por favor qué? —preguntó desde el pie de la cama, aún masturbándose—. ¿Por favor que te folle?
Vad som helst —gimió él—. Está bien. Está bien, maldita sea, pero hazlo. Hazlo.
—¿Hacer qué? —preguntó mientras tiraba de un pezón sin atender.
Él soltó un gruñido de frustración que degeneró en un pequeño sollozo ronco:
Jösses, fóllame.
—No has dicho «por favor».
¡Por favor! —gritó—. ¡Por favor, maldita cabrona, quieres simplemente follarme, por favor!
—¿Ahora estás seguro? —preguntó ella mientras se arrastraba sobre él.
¡Slyna! ¡Hora! —gruñó mientras lidiaba contra las ataduras—. ¡Hazlo! ¡Fóllame! Solo folla… —un gemido tembloroso salió de él cuando ella agarró su pene, que estaba casi demasiado duro como para inclinarse, y metió la cabeza dentro de ella. Con un gruñido por el esfuerzo, Larsson movió las caderas, la colmaba; ella gemía con placer angustioso.
Él corcoveaba debajo, brillaba por el sudor y gemía. No le llevó mucho tiempo, por supuesto. Con bastante rapidez se calmó y vibró, con un chirrido grave, casi como el estertor de la muerte, que se elevaba en su pecho.
Elle se movía con firmeza contra él, excitando su propio clímax. Larsson rugía. El pene se sacudió al lanzar un chorro de semen caliente. Seguía y seguía, explosión tras explosión golpeando la entrada de su útero. Él gritaba con cada espasmo. Su cuerpo entero se flexionaba como un arco. Se prolongó durante tanto tiempo que estaba ronco y tembloroso para cuando las últimas vibraciones corrieron en él.