Cada tanto suelo quedar con la vista perdida
recostada en el banco de una plaza
y me dejo llevar por imágenes enfermas
de habitantes solitarios suburbanos.
Casi muertos -o a medio vivir-,
y no tengo respuestas
más que mis ojos,
mis miedos.
Que no son peores que los suyos.
Y nos miramos las resistencias,
nos medimos las agallas
sin nada que agregar, más que tristezas
que vienen a caerse con las máscaras
en los días fríos de invierno
calando esos cuerpos presentes
serpenteando crudas ausencias.









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