De “El gateo de los nuestros” - Narrativa erótica indígena del Gran Chaco -, (1992), Miguel Chasse Sardi, Alejandra Siffredi y Edgardo Cordeu (Investigadores y Antropólogos que recopilaron relatos de los propios nativos de la zona).
Se cuenta de una mujer, ¡quién lo diría!, que a pesar de la cantidad de hombres que había se casó con un pene de cera. Yo no sé lo que ella habría querido con eso.
-¿Por qué será que esta mujer no se busca un hombre? ¿Ni se acerca al ruedo cuando los jóvenes bailan?-comentó uno.
-Parece que aborrece a los hombres. Nunca busca su compañía. Siempre está sola o rodeada de otras mujeres- dijo otro.
-¿Por qué será que no se casa, cuando hay tantos hombres que, en secreto, cantan para ella?- se preguntaban todos.
-Creo que esta mujer anda casada con la CERA -aseguraba uno más viejo, que por viejo siempre pensaba en lo peor y casi siempre acertaba. No sé cómo la cera puede ser utilizada como hombre, cuando sabemos que sólo sirve para la terminación de las flechas.
Así se murmuraba, se preguntaban, conjeturaban todos. Los únicos que nunca escuchaban nada eran, por supuesto, ella y sus parientes más cercanos. Las mujeres se burlaban y los hombres lamentaban el caso, pues había muchos sin pareja y ella era muy pero muy linda.
Un día, su cuñado, experto cazador, casado con su hermana menor, vio que se le habían terminado sus flechas. Buscó su CERA por todas partes y no la encontró. Pensó si no la habría prestado a algún amigo.
-¿No sabes a quién puedo haber prestado mi cera?-preguntó a uno de ellos.
-Búscala en el bolso de tu cuñada -le contestó éste. Y así descubrió lo que esa mujer hacía.
La espió y vio que, de noche, se acostaba con la cera, dormía junto a ella. -¿Cuánto tiempo le faltará para que tenga un hijo de la CERA? -se preguntaba-. ¿Cómo saldrá él?
Cada día le daba más asco y rabia lo que su cuñada hacía. Una noche no aguantó más y se lo contó a su esposa.
Ésta se enfureció terríblemente por lo que su hermana mayor estaba haciendo. -Hay muchos hombres sin mujeres -le decía a su esposo-. ¡Cómo es posible que no elija a uno de ellos en vez de hacer esa porquería con la cera!
-Busca la cera y tráemela- le pidió el esposo. Hace demasiado tiempo todos saben lo que está haciendo. Le daremos un escarmiento. Además, no me devuelve mi cera y yo estoy sin poder hacer mis flechas para salir a cazar. ¡Qué vergüenza! Toda la gente está enterada de esto. No hay uno en la aldea que no lo sepa. Solamente nosotros no lo sabíamos.
Cumplió ella lo que él le pedía. Fue hasta el bolso de la hermana mayor y sacó la cera. Tenía la forma que todos sabemos. Eso no la sorprendió. Lo que la sorprendió y asustó fue del tamaño. Era grande, grande, grande, largo y muy pero muy grueso, grueso.
Se lo pasó al esposo que lo tomó y lo untó íntegramente con ají bien maduro.
-Te voy a enseñar yo a despreciar a los hombres por esta cera- decía mientras terminaba su trabajo. Pagarás toda la vergüenza que me hiciste pasar a mí, a tu hermana menor, y a todos tus parientes.
Luego le pasó el pene de cera a su esposa y ésta volvió a ponerlo en el bolso de su hermana mayor. Por la noche, cuando todos se acostaban para dormir alrededor de la choza, la mujer, sin percatarse de nada, se llevó, como de costumbre, el bolso con su contenido para usarlo como almohada y... para tener el esposo que a ella le gustaba en su echadero. También, como de costumbre, hizo con la cera lo que los esposos suelen hacer a sus esposas.
-¡Ay... Ay... Ayyy!!!!!
Sintió punzante el dolor del ají que le penetraba en la carne. Gritó, pidió socorro, aulló del ardor, se revolcó, brincó y volvió a revolcarse.
-¿Pero qué le está pasando a nuestra pariente?- decía una que estaba cerca-. Parece que está muy enferma.
Así pasó toda la noche gritando y retorciéndose. Una de las mujeres de la casa, pidió al cuñado que la curara. -Es inútil que le dé masajes, le chupe, le escupa o le sople. Ni vale la pena que le cante. Total, lo mismo se le pasará, cuando llegue su tiempo. ¡Mujer de mal agüero! ¡La vergüenza que nos has hecho pasar durante tantos días! ¡Devuélveme ya tu marido que yo necesito hacer con él mis flechas!.
Tanuuj, narrador nivaclé.
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