*Ortismo: de orto, culo, suerte, azar, casualidad, destino.
Orígenes del fenómeno órtico
Un reducido grupo de estudiosos pertenecientes al Gabinete de Microbiología de la Universidad Tecnológica de Oruro, Bolivia, analizaron en laboratorio, mediante un acelerador de partículas de última generación, el comportamiento de un átomo de Tungsteno y notaron que éste se conducía de manera totalmente imprevisible. No respondía a ninguna ley admisible de la física ni de la química contemporáneas. Parecía, de alguna manera, desenvolverse en forma autónoma y desprejuiciada.
Asombrados por su descubrimiento, se avocaron durante laboriosos años, a someterlo a numerosas pruebas de ensayo y error sin obtener los resultados esperados. Pensando que ese específico átomo no funcionaba, experimentaron con otro de Cadmio, arribando a la misma conclusión. Luego de un lustro de inútiles esfuerzos con Nitrógeno, Sodio y el resto de la Tabla Periódica, dedujeron que todos los átomos reaccionaban de forma azarosa.
Exaltados por su propio desconcierto, se animaron a romper con la lógica académica y afirmar que, en todos los casos, la Regla era la Excepción. Que cualquier fórmula, ecuación o problema matemático, podía tener como resultado un “no se sabe” o cifras tales como “más allá de nuestra imaginación”.
Desechando de plano la aséptica comodidad de sus gabinetes, se largaron por los caminos, a esparcir sus errantes ideas entre crotos y trabajadores golondrina.
Estos científicos, verdaderos pioneros del Ortismo Boliviano, fueron los primeros en sospechar el comportamiento fortuito de los fenómenos naturales.
Por la misma época, en un bar de Villa Crespo, J. M. Vastoncellos, un oscuro mecánico dental aficionado a la numismática, desarrollaba una extraña teoría que minaría las bases del pensamiento crítico del barrio y que, durante meses, fuera el escándalo en todas las verdulerías y mercaditos de la zona.
Esa hipótesis incipiente ya delineaba los primeros trazos de lo que luego conformarían los cimientos de “La Teoría Ortística General”.
Intuía, Vastoncellos, que el universo se expandía, es cierto, pero en cualquier momento bien podría empezar a contraerse en un repliegue más cómico que cósmico. Entonces, el tiempo y el espacio deberían ser curvos -como indicaba Einstein- aunque también resultar rectos u oblicuos o decididamente zigzagueantes.
Pero sería Mabel Marques Ferreira, una empleada doméstica de la NASA, la que daría un contorno definitivo a la teoría, con su notable investigación sobre “El Agua Destinada”: dos átomos de Hidrógeno podían combinarse con uno de Oxígeno y dar por resultado agua, o leche hervida, o lentejas al escabeche...
Todo, en definitiva, respondería estrictamente a leyes científicas pero... había que contar también con la suerte, con el azar.
Aportes científicos del Movimiento Fortuito
Cabe afirmar, sin lugar a dudas, que la mayoría de los descubrimientos científicos de la humanidad fueron producto de la casualidad.
No es preciso remontarse al fuego, la rueda o el dominio de los metales. Basta con hojear las páginas de nuestra historia reciente para encontrar ejemplos sencillos y contundentes.
El más obvio y reconocido nos remite al enunciado de la Ley de la Gravedad, que claramente se basa en la instancia fortuita de que Newton descansase a la sombra de un árbol frutal y no bajo un arbusto de hojas perennes o un sauce llorón.
Existen pues, ejemplos menos conocidos y tanto más sorprendentes.
Los rayos X, fueron detectados cuando Roentgen, olvidó retirar una pantalla fluorescente de una mesa en la que estaba manipulando un tubo de rayos catódicos.
El empleo de las sales de plata para hacer el papel sensible a la luz para la fotografía, fue descubierto cuando Daguerre y su socio repararon en la imagen que había dejado una cuchara sobre una superficie de metal iodado.
Pasteur, estaba perfectamente dispuesto a reconocer la contribución del azar. Como notable investigador cubrió muchos campos, dedicándose entre otros temas a la fermentación de los vinos, las enfermedades del gusano de seda, el ántrax y la rabia. Uno de sus asistentes descuidó un cultivo de gérmenes del cólera de las gallinas, y éste perdió su poder de provocar la enfermedad. Pero Pasteur observó que este cultivo debilitado protegía a las gallinas que habían sido infectadas por el mismo cultivo virulento. Así surgió, casualmente, la relevante idea que dio origen a la Vacuna.
En el desorden de su laboratorio, Alexander Fleming notó que una lámina de cultivo se había contaminado a raíz de una fungosis del aire. Antes de que su sirvienta la arrojase con otros desechos, se detuvo en la observación del fenómeno: el crecimiento bacterial se había interrumpido alrededor de dicha fungosis.
La extraordinaria casualidad en este punto es que el penicillium notatum es uno de los tantos cientos de tipos de fungosis que podrían haberse posado en la lámina. Ninguno de los otros ha producido un efecto parecido. En realidad, ni los recursos ni los esfuerzos colosales de la ciencia moderna al buscar una fungosis, han podido encontrar otra tan competente como ésta que dio paso a la invención de la penicilina.
La primera instancia para desprenderse de la tiranía de la lógica y acceder al movimiento fortuito consiste, entonces, en reconocer las valiosas contribuciones al progreso iniciadas por hechos casuales, es decir, hechos que no ocurren intencionalmente.
El impulso de la nueva teoría
El Ortismo fue un movimiento revolucionario en la medida que llegó para superar el espíritu de una época basada en dos grandes posturas contradictorias: por un lado, la prepotencia del pensamiento cientificista y por el otro, la más oscura superstición humanista.
Se creía, por entonces, en cosas tales como la cibernética, la televisión por cable y el no pasar por debajo de una escalera. Se creaban soluciones aparentes para problemas ficticios.
Los Azaristas, desde un principio, desconfiaron tanto de la Creación Divina como del Big Bang, considerando que el origen del universo no respondía ni a la mano de Dios ni a una reacción en cadena; simplemente “estaba ahí”, de puro orto, como una billetera que se encuentra en el banco de una plaza.
La búsqueda de una explicación científica o mística para todos los sucesos no era, pues, una vocación imperiosa de un verdadero Acasista, para el cual la vida podía sobrellevarse sin tantas meticulosidades.
De hecho –opinaban sus más exaltados ideólogos– ese obstinado afán de interpretación reflejaba, apenas, una maniática necesidad de dominar a la naturaleza que, tarde o temprano, termina siempre por burlarse de los pronósticos más minuciosos y reservados.
Así, rápidamente, se diferenciaron de los Destinalistas que preveían un futuro ya prefijado de antemano o un sentido último donde el devenir social habría de desembocar inevitablemente; sea éste el paraíso, la libertad o el fascismo postmoderno.
No creían en el Fin del Mundo porque si bien podía llegar a suceder, también había posibilidades de salvarse por un pelito.
No está de más señalar, que no hicieron ningún aporte, serio, a la religión ni a la crisis filosófica de Occidente, y que terminaron por apartarse de cualquier visión fatalista de la historia que, paradójicamente, no registra a ningún ortista como jugador empedernido o apostador crónico; al parecer, porque cierto rigor lúdico los conminó a vivir favoreciendo el azar o, a lo sumo, confiados a su propia suerte.
Filosofía del Acaso
El Ortismo representó una tendencia filosófica opuesta tanto al Idealismo como al Materialismo, en tanto que priorizaba el AZAR o el ACASO y no el espíritu o la materia.
Esto no constituyó una posible exageración de los fenómenos casuales sino, por el contrario, la mera ubicación de los acontecimientos en la llamada “Tercera línea del Pensamiento Fortuito.”
No obstante, la coincidencia con los Idealistas y Materialistas Objetivos en que la materia es el sustrato de los objetos y de los fenómenos, –para los representantes del Ortismo– fue un hecho meramente casual.
En la cúspide del Idealismo, Sócrates y su discípulo Platón, estaban persuadidos de que el verdadero saber no podía referirse a lo que cambia, al azar, sino a algo permanente; no a lo múltiple, sino a lo uno.
Pero sería la “Ley de la Causalidad” el mayor escollo ontológico que debieron enfrentar los azaristas.
Kant, como buen racionalista, hace de la Causalidad, la ley imprescindible para la fundamentación de la ciencia y, en este sentido, afirma que es un instrumento necesario con el cual el sujeto trascendental se aproxima al conocimiento de lo real.
Para Schopenhauer no hay una razón en general ni tampoco “la razón” es el fundamento del mundo, ya que éste es problemático, incierto, espontáneo, regido por su propia naturaleza, por lo tanto no será aprehensible racionalmente sino en un acto igualmente irracional.
Este camino iniciado por Schopenhauer sería continuado por Nietzsche, Freud y Sartre que –sin embargo y sin explicación racional posible– se opusieron firmemente a la mera enunciación de los postulados ortistas.
Arístides Washintong Rivera, un notable azarista uruguayo, les replicó con una de las frases célebres del acasismo: “Quizá se trate solamente de tipos con mala leche.”
La Dictadura de la Causa
Como toda corriente filosófica tuvo una versión ideológica tanto de izquierda como de derecha.
Los más fanáticos provenían de la ultraderecha militante y dieron en llamarse Casualistas, para los que no había causa ni efecto ni lógica alguna en la existencia, llegando al extremo de no reconocer causas sociales en la explotación o la pobreza.
Esta tendencia reaccionaria produjo la primera gran división del movimiento acasista que se fragmentó en dos corrientes políticas claramente antagónicas: la “Falange Casualista” y los “Ortistas Puros” que, a su vez, engrosaron alternadamente las filas del anarquismo y del socialismo; por lo que aún se recuerda, en la historia de las luchas populares, al socialismo ortístico y el ortismo anárquico como fuertes activistas del Movimiento Obrero Imprevisible.
En poco tiempo, el azar pareció expandirse entre las masas sedientas de duda, y la suerte, por fin, pareció favorecer a las grandes mayorías oprimidas.
Fue una época de raro esplendor, de “un levantarse de Hombres y Mujeres con el pie izquierdo”, con viento a favor, sin otra intención más que el juego voluptuoso y libre.
Pero, alarmados ante el avance de la nueva ideología, los Dictadores de la Causa que custodiaban el Destino de la Patria, no dudaron en reprimir toda incertidumbre contagiosa e instalar la Seguridad como bien común nacional; generando un tiempo de exilio y paranoia.
Fue el reinado de los astrólogos, tarotistas, hombres de la bolsa; munidos de péndulos, piedras filosofales y estadísticas, dedicándose a echar luz sobre el misterio y aclarar lo inexplicable.
Los Acasistas, entonces, pasaron a la clandestinidad, editando sus dudosas verdades en humildes folletines impresos a mimeógrafo.
Por fin, un golpe de estado, ejercido por los que se arrogaban la Gran Causa del Pueblo, se dedicó a perseguir hasta el último azarista, encarcelándolos o ajusticiándolos en plaza pública, como un acto ejemplificador para que nadie olvidase, de allí en más, que toda Causa produce un Efecto y toda Acción provoca una Reacción.
Fueron duros tiempos de derrota para el Acasismo.
Y la derrota siempre lleva a buscar causas, autocríticas, explicaciones.
Así, que fueron duros tiempos en que todo tuvo una causa.
Si la adolescencia se prolongaba más de lo aceptado, se debía a motivos edípicos. Si amores eternos se perdían para siempre, era por la crisis de la familia y del sistema de valores. Intricados problemas emocionales se debían al influjo de Júpiter sobre Marte.
La miseria y la marginación tenían su cuadro explicativo en complicados índices económicos...
Y, así, el Ortismo pareció desaparecer de la faz de la tierra.
El gobierno de lo cierto, de lo plausible, de lo eternamente probable, produce hoy un bostezo social que aún no termina...
Se caerán muros y se alzarán otros en defensa de las ampulosas causas ancestrales. Vendrán nuevos profetas de lo obvio. Pasarán los años y las filosofías.
Pero, como un agujero negro en los anales abiertos de la Historia, siempre quedará un lugar para el Ortismo. Pues su declinio o su derrota, tal vez tenga sesudas explicaciones y motivos, pero su reaparición sorpresiva quizás acontezca por una simple y pura coincidencia.
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